lunes, 22 de junio de 2009

Cuento Blanco


Añoro sentir. Dos días han pasado desde que quedé absorto en libros y fantasías. Decido leer el periódico para ubicarme en la realidad, pero descubro que todo lo que leo resulta ser un cuento. Volteo al reloj y me pregunto cuántas horas de mi vida he perdido nada más en mirarlo. Lo observo. ¡Vaya sorpresa! Las manecillas han dejado de moverse. ¿Será que ya no pasa el tiempo? ¡Absurdo! El tiempo no se detiene... ¿o sí?

Me acerco a la única ventana de mi departamento y abro las cortinas para comprobar que el mundo sigue girando, pero un destello de luz sobreexpone mi vista. Cierro las cortinas e intento volver a la oscuridad de mi mente, pero mi cuarto sigue iluminado por aquel destello tan denso. Intento salir, pero no puedo girar la perilla de la puerta. Me siento débil, pero no físicamente, sino débil de mente. El silencio me habla, pero no lo entiendo. Nunca en mi vida tuve que descifrar un código tan difícil, o tan simple...

Ante la urgencia comunicativa decido gritar... GRITAR Y GRITAR, pero no puedo escucharme. ¿Será que me he vuelto loco? ¿Pero qué significa ser cuerdo? Seguramente estoy soñando; para qué complicarme la vida con preguntas innecesarias. No vale la pena.

Me tiro al piso e intento dormir. Pero un dolor de cabeza llega como una ráfaga a mis sensaciones: otra vez la misma complicación. ¿El tiempo se ha detenido? No lo creo, si lo hubiera hecho, ¿en qué momento estaría sucediendo esto? ...los ciclos infinitos de este embrollo comienzan a confundirme. Una fuerza invencible ha chocado contra un objeto inamovible; la imaginación ha colisionado con la razón y el resultado es una verdad incierta que esconde la respuesta de todo este enigma.

Me levanto. Camino de nuevo hacia la luz cegadora, vuelvo a remover la cortina y abro la ventana. ¿Qué está sucediendo? Detrás de la ventana...hay otra ventana... y detrás de aquélla, hay otra. No es que esté comiendo ansias, es que las ansias me están comiendo a mí. ¿Habré tomado algo? Pero si no he salido de aquí... ¡Bah! ¡Me estoy cansando!

No sé qué hacer, pero ya estoy harto de esta extraña inercia. Tomo un libro del suelo, y lo lanzo a la ventana. Seguro la he roto, y al parecer también he roto todas las que quedaban detrás, porque la luz se ha vuelto aun más intensa. Me acerco a la ventana; ya mis ojos comenzaron a acostumbrarse a esta iluminación tan exagerada... Miro hacia abajo, encuentro la infinidad de vidrios rotos en el suelo y... ¡No puedo creerlo! ¡Pero si yo mismo lo estoy viendo: el tiempo se ha detenido! ¿Cómo es esto posible? Ningún automóvil se mueve; la gente no camina, no respira, no sonríe...

Esto es absurdo. El dolor de cabeza no cesa; el estrés me invade. Decido salir, pero recuerdo que no puedo girar la perilla de la puerta. Nada pierdo con intentarlo, así que vuelvo y lo hago, pero no resulta. ¿Y si salto por la ventana? Volteo, pero sólo para que mi confusión se incremente: el cristal está puesto ahí de nuevo, y colgando de la pequeña viga que sujeta la cortina corrida, encuentro un hilo que sostiene un sobre blanco. Suspiro, tomo el sobre y lo abro. ¿Quién me habrá dejado esto? ¿Cuándo lo habrá hecho si todo está congelado en el tiempo?

Busco las respuestas: dentro del sobre hay una carta y una llave muy estilizada, me imagino... ya sé qué abrirá. La carta reza en sus líneas:
“En tu superego has encontrado la llave que abre todas las puertas; para las respuestas, funde la razón con la imaginación.”
¿Será que yo mismo he sido el que ha provocado todo? ¿Cómo saberlo? Mi cabeza revienta, pero creo que ya estoy por resolverlo. Camino hacia la puerta, y noto la cerradura en la perilla. Inserto la llave, la giro, y por fin puedo abrir la puerta. Todos mis pensamientos confusos vuelan fuera de mi cabeza y se disuelven en el aire. El tiempo no existe: he abierto la puerta al cielo. Me acerco para dar el paso final, y me atrevo. Siente mi cuerpo un último respiro del aliento de vida, mientras libre caigo en el espacio infinito. Ya no hay límites, todo es eterno... Y caigo... sigo cayendo, pero tú me miras, inerte. ¿Quién eres? ¿Por qué estás aquí? Es más, ¿quién soy yo y qué hago aquí? Creo tener la respuesta: tú y yo somos el mismo ser, y estamos aquí, en un punto entre la razón y la imaginación, para encontrarnos, cayendo y cayendo para siempre...

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